Hace unos días, en un canal cultural de televisión, vi un reportaje sobre la familia Ovitz, judía de Transilvania (primero Hungría, luego Rumania) que se hizo famosa no sólo por la peculiaridad de su enanismo, sino por ser unos verdaderos artistas de casta. Deseosa de saber más sobre esta apasionante y enternecedora historia, busqué en Internet más información, y encontré este libro. En el corazón éramos gigantes, que estoy leyendo ahora.
Hijos de padre enano y madre de estatura normal, los Ovitz heredaron el talento del padre e hicieron caso al consejo que su madre, muerta prematuramente de tuberculosis, les diera en su lecho de muerte: buscad un trabajo, una ocupación, que siempre os mantenga juntos, en que debáis daros vuestro apoyo los unos a los otros, en que crezcáis como un todo. Eso será vuestra salvación.
Así que los Ovitz, caterva de hermanos de los cuales siete, precisamente siete, eran enanos, se mantuvieron siempre juntos (salvo uno que decidió establecerse solo como sastre) y se dedicaron a lo que más sentían: el mundo artístico. Rehusando lo que tanto se hacía en la época, venderse a sí mismos como freaks y exhibirse como seres anómalos de feria o de laboratorio, lograron lo inaudito: que las exigentes audiencias de teatros y auditorios les admiraran como artistas y casi, casi, olvidaran su condición física. Se acostumbraron pronto a los regalos de los admiradores, al dinero rápidamente conseguido, a ser durante mucho tiempo los únicos propietarios de un coche en su pequeña aldea.
Pero venían tiempos difíciles: el ascenso del nazismo, la guerra, los campos de concentración. Internados en Auschwitz y custodiados por Mengele, fueron al mismo tiempo degradados y preservados del destino que más comúnmente esperaba a los prisioneros: la muerte. Habiendo sido el médico torturador al mismo tiempo ángel de muerte y vida para ellos (entusiasmado con su enanismo y ávido de experimentación, les preservó de la muerte hasta el final) resultan más comprensibles las palabras de Perla en el reportaje televisivo: que nunca le guardó rencor, y que incluso lloró al saber de su muerte. Perla Orvitz, la última superviviente de los siete enanitos de Auschwitz, murió en el año 2001.
ESCRÍBEME
domingo, 8 de febrero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario